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Etgar Keret
Tuberías
Traducción de Roser Lluch i Oms
Sexto Piso
México, 2017
208 pp.

[Un cuento incluido en este libro, publicado en exclusiva por nexos, puede leerse aquí.]

Pablo Picasso combinó varias perspectivas simultáneas en un solo plano, desconcertando al observador; René Magritte pintó objetos inanimados llenos de vida, de forma tal que podían contemplar al observador. En materia literaria algo parecido puede suceder y es así como la narrativa del escritor de origen israelí Etgar Keret nos pone en jaque con cada uno de los tópicos que convergen en sus historias donde la vida cotidiana, el humor negro, el surrealismo, lo pueril y lo grotesco forman parte de un mismo universo que se conecta entre sus Tuberías.
La narrativa de Keret rompe la verosimilitud de manera sorprendente ya que este escritor tan prolífico, que desde 1992 ha sido traducido a dieciséis idiomas (aquí la entrevista de nexos con el autor), siempre da un vuelco inesperado a sus relatos. Tuberías, su primer libro, se inicia sin preámbulos y sus 56 cuentos se asumen a sí mismos, irreverentes, y desacralizan los supuestos valores sociales. Otros dejan el desenlace descansando en la ambigüedad para que el lector sea quien construya el final:
Él prefería escribir su vida en el agua; crear remolinos colmados de emoción, en vez de grabar hechos imprecisos en las cortezas de los árboles. […]
—Nadie me internará, abuelo; no es necesario. No tengo que ponerme una camisa de fuerza para abrazarme. Fui a mear y me tragué la distancia al baño con tres pasos gigantescos. Uno, dos tres.
Lo sublime de estos cuentos son las abundantes sensaciones e impresiones que, sin duda por su minuciosa descripción, han dado pie a que varios de sus relatos sean llevados al cine (más de cuarenta cortometrajes). Los que se presentan en Tuberías no podrían ser la excepción.
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Los seres fantásticos siempre están presentes, ya sean unos diablitos en el infierno que lanzan guano de murciélago mientras los personajes tienen sexo salvaje y desenfrenado, o enanitos que encargan sus cervezas porque son unos beodos irredentos y traen hachís “del bueno” para hacer más llevadera una ruptura amorosa.
—Sigues pensando en ella —dijo Shuni cuando le tocaba jugar a Meir y no lo hacía. No estás concentrado en el juego.
—Las chicas son un veneno —murmuró Zafrani preocupado—. Tienes que cogértelas debajo de un champiñón y después mandarlas directamente a la mierda. Si permites que se queden más tiempo, te envenenan el alma. […]
 —Nos ha salido caro tu revolcón, ¿eh?  —murmuró Efter con voz rota—. Espero que valiera la pena.
—A la mierda las cervezas. Lo esencial es que ella se ha ido —dijo Shuni mostrando un bultito envuelto en papel de aluminio que había sacado del bolsillo de los pantalones—. Mira: hachís del bueno.
Los enanitos y Meir gritaron de alegría.
—Está muy bien que se haya ido— le dijo Zafrani mientras Shuni preparaba el hachís—. Las chicas son veneno.
En cada uno de los personajes se muestran las inquietudes juveniles de Etgar Keret que, como mencionó en la presentación del libro en la Cineteca Nacional (el pasado 4 de mayo), tuvo que afrontar por medio del sexo y el cáñamo índico para hacer la vida más tolerable. Según sus palabras, a los 19 años lo único que quería el joven Keret era un abrazo. Es por ello que, en la mayoría de los relatos de Tuberías,que fue escrito cuando tenía 24 años, se preocupa por narrar la vida de guerrilleros, amantes, locos, drogadictos, redentores del mundo siempre en medio de desencuentros amorosos.
Nada en el mundo podría hacerla más feliz que hacer el amor con él toda la noche, volver a saborear sus labios inexistentes, notar el temblor incontrolado que le recorría y el vacío que se desparramaba en su cuerpo. No había sido su primer hombre: antes de él, muchos otros habían sudado y gemido en su cama, le habían hecho daño al abrazarla, le habían metido su carnosa lengua en la boca, en la garganta, hasta casi ahogarla…: hombres distintos, hechos de distintos materiales: de carne y hueso, de miedos, de tarjetas de crédito del padre, de traiciones, de pasión por otra… Pero esto había sido antes: ahora lo tenía a él. […] Sabía que sus padres no estaban satisfechos con su amado, a pesar de disimularlo. Una vez, incluso había oído a su padre consolar a su madre en un susurro: “Es mejor que si saliera con un árabe o con un drogadicto”. Evidentemente, habrían preferido que saliera con un médico con experiencia, o con un joven abogado. Los padres tienen tendencia a buscar motivo de orgullo en su hija, pero es difícil encontrarlo en un hombre hecho de nada. Aunque ese hombre hiciera feliz a su hija y llenara de sentido su vida, más que cualquier hecho de materia.  
Todos los hechos, argumentos, pensamientos o fantasías pueden integrar una ficción y la ficción siempre atrae, siempre subyuga porque es la posibilidad de vivir otras vidas, no sólo la nuestra que, por desgracia, es una:
Aquí me contaron que los que se suicidan regresan a la tierra para volver a vivir la vida, porque el hecho de no haber sido gozosos en una encarnación no significa que no puedan encontrar su lugar en otra; pero los que no se adaptan verdaderamente al mundo encuentran el camino para llegar aquí.
Keret manipula de manera extraordinaria a los personajes, los ha observado con suficiente atención en su imaginación, y se deja llevar por su intuición, un sueño vívido y continuo en cada cuento estéticamente logrado, en el que interviene, como en la vida, lo extraño, por ordinarios que sean sus ingredientes. Por ello nos vemos sorprendidos por algo que encaja perfectamente en el desarrollo del cuento y, al mismo tiempo, es completamente inesperado como un perfecto knock-out.
La literatura en Tuberías es una sola, sin género ni país. Las características de estos relatos se repiten al sorprender al lector con el manejo de diversos narradores, donde lo ordinario y lo extraordinario se entrecruzan brevemente o donde lo corriente muestra de pronto, aunque sólo sea por un instante, un rostro distinto:
—Nuestro padre probó la arena que se le había pegado en la mano, alzó la cabeza y miró a Abdú a los ojos.
—Ya en mi juventud supe que la familia es como una planta: si la arrancas de sus raíces, se marchita. Si la desgarras, muere. Pero si la dejas en la tierra, entera, ni dioses ni vientos acabarán con ella. Nace con la tierra y muere con ella.
Jorge Luis Borges decía que la felicidad existe siempre en las páginas de un libro. Uno puede hacer suya esa afirmación y leer a Etgar Keret definitivamente lo es.

Esteffanía Albarrán
Gestora cultural.
Más material de Keret en nexos:
—Entrevista con Claudia Kerik: “El hogar polaco de Keret”.
—Cuentos: “Romper el cerdito”, “Suciedad” y “Hongos”.