EL DIARIO.ES
El escritor Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) vive en una posición difícil. No ya sólo por habitar en uno de los barrios más problemáticos de Israel, donde el conflicto suele estar muy presente, sino porque sus libros y declaraciones no suelen ser del gusto del gobierno de su país. De hecho, incluso es uno de los pocos autores israelíes traducidos al árabe y que se pueden leer en Palestina. De ahí que el pasado verano, él y su mujer recibieran amenazas de muerte durante los bombardeos sobre Gaza.
Keret se ha convertido en una de las voces más interesantes de Israel, elogiado por críticos de todo el mundo. En su último libro, Siete años de abundancia (Siruela y DeBolsillo), el primero de no ficción, mezcla la cultura popular, las series como The Wire o la música y su propia vida con la realidad política de Israel, las bombas y el odio. Y aunque no critica del todo que Israel pueda defenderse de los ataques de Hamás, concluye: “Este Gobierno es el peor de Israel en toda su historia”
¿Qué tienen en común su vida y la realidad política de Israel?
En mi caso, la vida diaria incluye la realidad política. Cuando uno aprende cosas sobre Israel lo hace a través de las noticias de la CNN o la BBC y siempre se habla en primer lugar de la política. Pero cuando tú vives en esa realidad, es al contrario, la política es más el escenario de fondo. No hay nadie en Israel que se levante por la mañana y piense en el conflicto entre Israel y Palestina. Probablemente piensen, “por qué mi novia ya no me quiere, por qué tengo este trabajo que no me gusta nada”. Después de la ducha, la primera taza de café, quizá sí empiezan a preocuparse por el conflicto, pero incluso en los primeros pensamientos también hay algo que tiene que ver con el conflicto: la novia ya no te quiere porque ha perdido el trabajo y está todo el día en casa, y ha perdido el trabajo porque era guía turística y ya no vienen turistas por la guerra con Gaza. Por lo tanto, la política siempre está ahí de fondo y tiene un efecto sobre nuestra vida. La política no es el punto fundamental de mis historias, ya que yo hablo de mi mujer, de mi hijo, de mis amigos, pero lo que crea las complicaciones de nuestras vidas, es la realidad política que nos rodea.
¿Escribir sobre los temas que narra en el libro como la guerra o la religión, fue una manera de proteger a su hijo? ¿De educarle?
Este es el primer libro de no ficción que he escrito y no es una coincidencia que sea con el nacimiento de mi hijo. En el momento en el que te conviertes en padre hay un punto en el que tienes que pensar sobre la vida. Antes de que naciera yo, nunca me planteé qué es mi vida, qué lugar ocupo en la vida, qué futuro me espera. Pero con un hijo automáticamente eres un mediador entre tu hijo y el mundo que le rodea. Te conviertes en una especie de interfaz porque vas a ser el que va a tener que explicarle a tu hijo por qué la gente actúa de determinadas maneras y qué es lo que le espera en el futuro. Antes yo era feliz con el presente porque no sentía esa responsabilidad, pero en el momento en el que hay alguien que depende de ti, tus perspectivas cambian. Y antes de que naciera mi hijo yo podía lanzarme a mi imaginación como escritor de ficción, pero estas nuevas fuerzas y puntos de vista han sido en cierto modo el punto de inicio de este libro.
En uno de los relatos habla sobre la vida de su hermana, judía ortodoxa. Y escribe: “Hace 19 años, en un pequeño salón de bodas en Bnei Brak, mi hermana mayor murió y ahora vive en el barrio más ortodoxo de Jerusalén”. ¿Y si su hijo se convirtiera en ortodoxo? Porque usted no es creyente.
Sí, soy agnóstico. Pero cuando miro a mi hijo, no tengo miedo de que opte por la vida religiosa. Me he criado en una casa en la que mis padres solo esperaban de sus hijos que intentaran ser buenas personas, que nunca sintiéramos desesperación ni siquiera cuando fracasáramos, que intentáramos ser valientes, que viviéramos una vida que trascendiese la existencia material. Y aparte de eso, no había ningún tipo de expectativa. No querían que fuéramos ricos o que tuviéramos influencia y poder, sólo que tuviéramos el valor y la persistencia de descubrir quiénes somos y qué queremos ser. Y eso es lo que le deseo a mi hijo. Yo veo a mi hermana, que tiene once hijos y doce nietos que viven en lo que yo diría que es la pobreza, pero vive una vida muy llena y feliz. Y veo en mi calle a abogados y médicos que tienen unos pisos fantásticos, pero no creo que disfruten de la vida o aporten más bondad a la gente que les rodea. Así que si eliges la religión, eres una buena persona y feliz, no veo ningún problema.
¿Escribir todas estas cosas le hacen a uno ser más tolerante?
Yo me crié con la enorme suerte de ser parte de una familia en la que mis padres y hermanos son tan diferentes entre sí, que al crecer con una hermana ultraortodoxa, un hermano antisionista, de la izquierda más progresista, activista social, y un padre que es de derechas, la tolerancia se ha convertido en parte de mi día a día. Yo nunca me planteé si les quería más o menos. Mi hermano y yo somos de izquierdas y estamos en contra de las colonias (israelíes en territorio palestino), pero no cambia el hecho de que sabíamos que el mundo tiene la enorme suerte de contar con mi hermana en él. Y he conocido a gente de derechas con los que no estoy de acuerdo y aún así creo que es un placer que formen parte de mi país. También he conocido a algunos de izquierdas que son completos imbéciles. Que uno crea en una idea o en otra o que alguien comparta mis ideas políticas no les hace gente a la que tenga cariño.
Muchas veces tenemos formas diferentes de hacer las cosas pero los objetivos son los mismos: queremos vivir en un lugar con cariño y con paz. Mi hermana cree que ella va a llegar a eso a través del rezo cumpliendo con las leyes más estrictas del judaísmo. Mi hermano cree que va a conseguir eso con las manifestaciones, con sus amigos palestinos. Entonces realmente el debate son las tácticas, pero no el objetivo.
Eso puede sonar equidistante. Sobre todo en España, cuya población es más propalestina y mucho más crítica con el Gobierno de Israel.
Yo creo que cuando alguien dice que es propalestina ya esta deshumanizando a los propios palestinos. Si yo digo que soy pro rubias o promujeres con el pecho grande, podrías decirme que hay muchas rubias diferentes. Es increíble que la gente de izquierdas más abierta y propalestina cuando hablan de nuestra región, el mundo se convierte en una especie de secuela de Star Warsdonde los israelíes están vestidos de negro porque son amigos de Darth Vader, y luego están los palestinos que son los rebeldes y están vestidos de blanco.
Yo estoy en contra de muchas de las decisiones del Gobierno de Israel. Este verano, durante la guerra de Gaza, mi mujer y yo recibimos amenazas de muerte e insultos por nuestras ideas. Pero no creo que la situación en Oriente Medio sea una en la que Israel sea culpable. La situación en Palestina no es necesariamente culpa de Israel. Es su responsabilidad sí, pero la diferencia entre responsabilidad y culpa es enorme. Si uno revisa la historia del conflicto se dará cuenta de que hay errores constantes y actos de cobardía por ambos bandos, actos inhumanos tanto por parte de los soldados de Israel como los palestinos.
Cuando uno defiende a Hamás, que es una organización fundamentalista y radical cuyo manifiesto habla básicamente de matar a todos aquellos que no sean musulmanes incluyendo a los españoles progresistas, es una organización que no quiere liberar a Palestina sino que quiere que Palestina sea musulmana. Por tanto, cuando dices que eres propalestina y defiendes lo que dice una organización que está culpando y penalizando a lesbianas, gays o personas que tienen sexo sin estar casados, nos encontramos con un insulto a los propios palestinos.
Yo tengo muchos amigos palestinos y ninguno de ellos es propalestino en ese sentido, porque ellos viven en una sociedad compleja. Cuando yo estoy en Israel, aunque obviamente estoy en contra de lo que dice el Gobierno que tengo ahora mismo y aunque creo que están ocupando territorio palestino y que esta ocupación lleva más de cuarenta años, y que para mí es algo que no se puede defender, no creo que la sociedad israelí, que es diversa, se deba reducir únicamente a algo que se pueda considerar un único punto de vista. Por ejemplo, cuando Berlusconi era primer ministro en Italia, no creo que los españoles pensaran en ningún momento que todos los italianos fueran ricos, gritaran mucho o tuvieran sexo con prostitutas menores de edad. Sin embargo, muchas veces vemos las opiniones de la izquierda europea, que no viene únicamente de una ignorancia, sino incluso de una sensación de superioridad, de una falta auténtica de curiosidad y deseo de comprender una realidad muy compleja.
Pero no estamos hablando de Hamás, sino de unos bombardeos indiscriminados en escuelas o centros de la ONU que se produjeron el verano pasado en Palestina. ¿No le parecen execrables esos bombardeos?
Yo soy muy crítico con mi Gobierno, pero mis críticas no tienen que ver necesariamente con la lucha cuando también estamos recibiendo el ataque de los misiles. Si Portugal lanzara misiles contra Madrid, estoy seguro de que Madrid también lanzaría bombas contra Portugal. Mi crítica contra mi Gobierno es que son la potencia más fuerte en el conflicto e insisten en esta pasividad. Lo que quiero decir es que podemos hablar de responsabilidad o culpa, pero en el fondo, el único bando que tiene el poder para cambiar la realidad que vivimos es Israel, porque es el más fuerte.
Hoy por hoy el Gobierno de Israel tiene una caja de herramientas con solo una: un martillo. Cuando no nos atacan no se hace nada, cuando nos atacan, atacamos. Lo que nosotros decimos es que deberíamos tener más herramientas en esa caja, cualquiera que nos ayude a avanzar. Yo no critico tanto a mí país en cuanto a lo que hacen cuando nos atacan. Cuando a ti te están lanzando misiles, porque los de Hamás lo hacen contra la población civil, es lógico que contraataquemos.
Pero ¿por qué llegamos a este punto? ¿Por qué el Gobierno de Israel se niega constantemente a negociar con Abás y las partes más moderadas de Palestina? En Oriente Medio tenemos un Gobierno con dos menús: Hamás o Abás. Y yo tengo un Gobierno que todo el tiempo está ignorando a Abás y esto es lo que refuerza la postura de Hamás. Israel está negociando indirectamente con Hamás a través de Egipto, pero se niega a negociar con Abás, que es quien ha elegido la ruta diplomática.
Por tanto, la lección es que le estamos dando a los palestinos es: “¿Queréis hablar con nosotros? Bueno, intentad primero matarnos porque si no, no habrá diálogo”. A menudo pienso que si hubiera habido sólo una guerra en Gaza habríamos visto esta guerra como un error histórico, pero es que es casi un ritual. Cada dos años entramos en un nuevo conflicto en el que hay cientos de niños palestinos que mueren y también hay un número, cierto, menor, de soldados y civiles israelíes que mueren y no se hace nada para detener la siguiente fase del conflicto, que volverá a suceder casi como una ceremonia de sacrificio pagana como la de aquellas tribus que sacrificaban a las vírgenes.
Sé que sus padres escaparon del Holocausto, pero, ya lo dijo Saramago, en ese sacrificio entra una apropiación un tanto inmoral del Holocausto.
Yo he escrito mucho sobre lo que he visto como una explotación moral del Holocausto y de su memoria. Hace unos años tuve un debate con el jefe del Ejército de Israel. Era el día del recuerdo del Holocausto y en nuestra charla habló de que él también era hijo de un superviviente del Holocausto que todos los días lo recordaba. Y había una foto en su despacho en la que había un F16 israelí que estaba sobrevolando Auschwitz. Yo le conté que mis padres también habían sobrevivido al Holocausto, también lo recordaban constantemente, pero le dije que me gustaría que en vez de esa foto fuera la de su hijo con la estrella de David levantando las manos.
Creo que hay distintas lecciones que se pueden aprender del Holocausto. En primer lugar, la derecha extrema radical de Israel piensa que la única lección es que Israel debe ser un país fuerte, sin ningún tipo de piedad para que pueda sobrevivir físicamente y mantener a los judíos con vida. Pero yo creo que la lección que se debe enseñar, y es la que a mí me enseñaron mis padres, es que ser víctimas de un acto tan inhumano y asesino debe enseñarnos a que no debemos ser víctimas de nuestros miedos, que no debemos estar en una posición en la que tengamos que comprometer nuestros valores morales porque cuando la gente quiere reducirnos a ese estado de miedo no es que quieran que los judíos sobrevivan como tales. No quieren mantener una tradición de compasión y humanidad y si no se puede mantener eso, realmente entonces el Estado de Israel no es un Estado judío. Si nos convertimos en una especie de Esparta moderna, eso no tiene nada que ver con el judaísmo, con los valores que hemos heredado de nuestros antepasados.
El Gobierno que tenemos ahora en Israel es el peor de toda nuestra historia. Es el más de derechas, siguen hablando todo el rato del fracaso de los acuerdos de Oslo sin darse cuenta de que lo que ellos llaman fracaso en realidad son fracasos que se han repetido conflicto tras conflicto. Esta constante elección de errores y de elegir la desesperación por encima de la esperanza sin intentar aprovechar el poder que tienen para tomar decisiones valientes que realmente puedan cambiar las cosas en la región es muy frustrante para mí.
¿Puede acabar este Gobierno?
Mi única esperanza es que en un año tengamos un nuevo Gobierno tras las elecciones. La gente ha visto que falta un liderazgo valiente para poder llegar al cambio. No tenemos líderes, tenemos seguidores de una especie de masa, de los que gritan más, los más extremistas y estamos intentando complacerles. Tengo un primer ministro que, en realidad, le tiene miedo a unos cuantos locos. Le tiene más miedo a esos que al presidente de Estados Unidos y cuando tiene que tomar decisiones prefiere ignorar a las superpotencias que nos han ayudado y escucha sólo a unos cuantos mesías enloquecidos y racistas.
En otro de los relatos hace una metáfora curiosa: el juego Angry Birds como analogía del asesinato indiscriminado de civiles porque sí. ¿Somos un poco Angry Birds?
Creo que el odio y la agresión no son emociones primarias. Lo más primario que tenemos en el cuerpo es el miedo y es este el que se transforma en agresión. Cuando estamos jugando a losAngry Birds, en realidad, no jugamos porque queramos destruir cosas, sino porque es un modo de hacer frente al miedo y sentirte más fuerte.
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