JAVIER BLÁNQUEZ
EL MUNDO
Nadie que conozca mínimamente la historia del reggae debería rasgarse las vestiduras -signo de luto, por cierto, en la religión judía- por encontrar en ella referencias al sionismo o a la cultura hebrea. El concepto de Sion, que se localiza en canciones como Zion train, de Bob Marley & The Wailers, o en artistas como Zion I o Zion Yant, lleva años fuertemente arraigado en la música jamaicana, cuyas conexiones con el judaísmo vienen de lejos, sobre todo por influencia de la religión rastafari.
Es importante observar, en todo caso, que judaísmo y rastafarianismo no son la misma cosa, y que los conceptos que manejan no son siempre equivalentes, a pesar de tomar la Torá como base de su fe. El sionismo político, tal como lo estableció Theodor Herzl en el siglo XIX, tiene que ver con la creencia de que el judío es un pueblo elegido y, por tanto, merecedor de la tierra prometida, lo que viene a justificar la existencia del Estado de Israel. El Sion rastafari es, en cambio, metafórico. El rastafarianismo considera a Haile Selassie I de Etiopía (fallecido en 1975) como el último descendiente del rey Salomón y la reina de Saba, y por tanto monarca de una estirpe judía ancestral. Selassie, además, adoptó el título de León de Judá e introdujo el símbolo de la más célebre tribu de Israel en la bandera oficial etíope.
El rastafarianismo, y por tanto el reggae, abunda en imágenes como Sion -tierra prometida para los esclavizados- y Babilonia, símbolo de esa misma opresión. «Babilonia no es sólo un lugar», explicaba el cantante Matisyahu a EL MUNDO cuando le entrevistamos en 2006, antes de su primera actuación en España. «Babilonia puede ser Estados Unidos, incluso Israel, pero también está en la mente de cada uno. Mi música es una herramienta para purificar la mente». Esta idea de Sion como liberación incluso giraba alrededor del primer gran hitdel reggae fuera de Jamaica, la canción Israelites de Desmond Dekker: «Levántate por la mañana / esclavízate por el pan para alimentar todas las boca / ay pobre de mí, el israelita».
En su caso, Matisyahu observaba hasta 2014 un apego riguroso a la doctrina judía -aquella entrevista tuvo que ser antes de la caída del sol de un viernes para respetar el Sabbat-, pero el suyo es un caso peculiar por la ortodoxia de su fe. La historia del reggae abunda en judíos -la presencia de la religión en la isla se remonta a finales del siglo XV, tras la expulsión de España dictada por los Reyes Católicos-, como lo fueron Chris Blackwell, el fundador de Island Records, o Bob Marley, a cuyo padre se le atribuye ascendencia sefardita.
Lo que no ha sido el reggae es sionista en su acepción política. En 2010 negaba a un diario israelí compartir la ideología sionista, y en nuestra entrevista declaraba «no estar metido en política». Sobre el conflicto en Oriente Medio, sólo mostró reservas en el acuerdo de paz de Israel con Hamás, por considerar a ésta una organización terrorista con la que no hay que negociar, pero no en el rechazo a Palestina como pueblo o Estado. «Los judíos creemos en la compasión y no podemos comprometernos con asesinos. Para mí resulta ilógico hablar con quienes creen en la eliminación de los otros».
El boicot a Matisyahu sólo se comprende a partir de los prejuicios, pero no de los hechos. Israel es un estado reconocido, y una acción de sabotaje de esta índole, con una declaración coactiva como la exigida por el movimiento BDS, vulnera además el derecho a la libertad de culto. Es el segundo caso, en Europa y en pocos meses, en los que se pide ir en contra de un artista o colectivo judío: en junio de este año, 40 directores de cine en Gran Bretaña -entre ellos Ken Loach y Mike Leigh- pidieron que no se celebrara (finalmente sin éxito) el London Israeli Film and Television Festival por recibir ayudas económicas del gobierno de Tel Aviv.
Hasta ahora, las acciones de boicot a Israel se producían a la inversa: son los artistas de otros países -ya fueran Brian Eno, Robbie Williams o Annie Lennox- los que decidían cancelar sus giras, exposiciones o conferencias en Israel como signo de protesta. En el campo del reggae, se habían intentado boicotear en Barcelona los conciertos de artistas como Sizzla o Beenie Man, pero por el contenido homófobo de sus letras. Pero el caso Matisyahu alimenta un precedente hasta hace poco inédito: como sucedió con la suspensión de un concierto de Soziedad Alkoholika en Madrid, la coerción primero, y la censura prohibitiva después, se producen por una cuestión inadmisible: la discrepancia en consideraciones exclusivamente políticas.
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