Tisha beAv (el 9 del mes de Av) representó para nuestro pueblo hace unos 2000 años lo que para nosotros es en nuestros días Iom HaShoa (día del recuerdo del Holocausto). Un día de profundo dolor, de duelo colectivo y de introspección individual. Un día donde de recuerdo de la “catástrofe más grande” que alguien pudiera haber imaginado. Años después de la destrucción del Templo de Jerusalén - principal acontecimiento que se recuerda en este día (Mishná, Taanit 4:6)- nuestros sabios comprendieron que desde aquel día el mundo, y en particular el pueblo judío, cambiaron para siempre. Y entonces los rabinos de aquel entonces acuñaron la siguiente expresión:“Desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalén - Mi Iom Shejarab Beit HaMikdash…” y cada uno concluía la oración con otro cambio radical que sucedió luego de la catástrofe.
Ya en la Mishná (S. III d.e.c) está frase es citada en nueve oportunidades pero solamente para hacer referencias a cambios de la ley. Varios rabinos sostenían que desde aquel fatídico día varias leyes de la vida cúltica judía cambiaron para siempre (ver por ejemplo: Moed Katan 3:6, Menajot 10:5, Maaser Sheni 5:2, Sotá 9:12, Sucá 3:12, TB Beitza 5a y los conocidos decretos de Rabí Iojanan en Rosh Hashaná 4:1-4). Algunos de estos cambios fueron intentos de reemplazar el culto en el Templo, otros fueron producto de imposibilidades técnicas de continuar ciertos rituales y otros fueron para mantener viva la memoria del Templo en la vida sinagogal (Zejer LeMikdash).
Generaciones posteriores de sabios, a mayor distancia de aquel fatídico 9 de Av comenzaron a tomar esta expresión “Desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalén…” no para recordar meros cambios rituales sino transformaciones teológicas, filosóficas y culturales mucho más profundos. He aquí algunos ejemplos:
Desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalén la propia esencia de Dios cambió. Dios dejó de reír (Avodá Zará 3b), Dios no tiene más alegrías (Eijá Zuta, ed. Buber. 1:7) y la presencia de Dios en este mundo se vio tristemente reducida a los cuatro codos de la Halajá (Brajot 8a). Desde aquel día la relación entre Dios y el pueblo judío también cambió para siempre. El muro de hierro que los unía fue derribado (Berajot 32b), los portones de las plegarias fueron cerrados (ad. loc.), la profecía pasó a manos de los tontos y los niños (Baba Batra 12b), el consejo divino fue quitado de nuestros sabios (Meguilá 12b) y los sacerdotes dejaron de bendecir al pueblo con el nombre inefable de Dios (Rashí a Eruvin 18b). Incluso la naturaleza cambió para siempre: “Desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalén el Cielo no se ve puro” (Berajot 59a), no caen lluvias de bendición (Baba Batra 25b) y a las frutas les fue quitado su sabor (Mishná, Sotá 9:12). Asimismo la sociedad cambió: “se le quitó el sabor a las relaciones lícitas y se le traspasó a las relaciones prohibidas” (Sanedrín 75b), al parecer la ley y la justicia perdieron su valor.
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Jaguim uMoadim en el movimiento Masorti Masorti Olami MERCAZ Olami
Rabino Uriel Romano, 28 años, nació en la Argentina. Cursó sus estudios rabínicos en el Seminario Rabínico Latinoamericano (2016). Aparte de sus estudios rabínicos posee una licenciatura en Ciencias Políticas (UBA, 2012) y una maestría en Estudios judaicos (Shechter, 2017). Sus primeros trabajos comunitarios fueron en la Fundación Pardes, continuando luego como becario de formación rabínica en Bet-El. Se desarrolló también como educador visitante de la N.C.I (Uruguay), trabajó en la A.I.P visitando pequeñas comunidades del interior de la Argentina y se desempeñó como profesor en el S.R.L. Actualmente sirve en Hillcrest Jewish Center, en la ciudad de Nueva York, donde vive con su mujer y su hijo Noah.
Desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalén, aquel 9 de Av del año 70 d.e.c., el mundo cambió para siempre y así lo expresan nuestros maestros con frases que conmueven casi 2000 años después. Tan terrible fue aquel episodio que algunos de nuestros maestros insistían incluso en que desde aquel día “lo correcto sería que no se comiese carne ni se tomara vino” (Toseftá, Sotá 15:10), es decir que lo correcto sería que viviéramos en un duelo eterno. Sentían incluso que no tenían fuerzas para seguir adelante ya que desde aquel día: “...la tierra hace miserable a todos sus habitantes, los deja como a un hombre enfermo que no tiene fuerzas” (Pirkei deRabi Eliezer, Ed. Higger, Cap. 32).
Sin embargo casi 2000 años después aquí estamos. Seguimos rezando, seguimos estudiando, y seguimos pronunciando la bendición sacerdotal. Seguimos maravillandonos con el azul del cielo, disfrutando de la lluvia, del rocío y del sabor de las frutas. Seguimos observando la ley y exigiendo justicia. Seguimos vivos celebrando con carnes y con vinos cada Shabbat, cada Jag y cada Simjá (alegría). Seguimos fuertes, y la creación del Estado de Israel, nos dio más fuerzas aún.
La destrucción del Templo de Jerusalén cambió para siempre la forma de ver el mundo de nuestros antepasados, la forma de conectarse con Dios, de mirar la naturaleza, de contemplar a la sociedad y al ser humano. Sin embargo la vida continuó, el pueblo judío se adaptó y se redefinió sin el Templo y sin un hogar nacional. Cada tragedia en nuestras vidas nos redefine pero la vida continúa. El judaísmo es un canto a la vida. Somos la cultura de la resiliencia. Si bien es cierto que desde “aquel día todo parece más feo”, en palabras del cantautor Ismael Serrano, cada tarde de Tisha beAv esperamos también ansiosamente la llegada del Mesías que cambiará el mundo para siempre.
Ya llegará el día en que dejaremos de lamentarnos diciendo “desde el día que se destruyó el Templo de Jerusalém” para sonreírnos al decir: “Desde el día que el Mesías llegó…”.
Nejamá,
Rabino Uriel Romano Comunidad Hillcrest Jewish Center en New York, Estados Unidos.
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