La vida diplomática es como un barco que navega. Como diplomático cambias de idioma, de país, de cultura, de continente y de casa. Como diplomático mueves a tu familia por pueblos parecidos y también distintos, con personas variadas.
Aprendes a respetar el idioma del lugar con sus matices. Y qué decir de cuando entras en un despacho, si está permitido abrir o no un regalo, qué hay que ponerse en cada momento, y cuántos besos tienes que dar y a quién…
Mi vida en España en este sentido se corresponde totalmente con lo que describo. Después de dos años y medio quiero compartir mi visión de la vida aquí:
El clima es similar al de Israel y las personas son amables y abiertas en ambos países. En los dos hay una bonita combinación entre tradición y modernidad. La familia es cercana y el punto de apoyo de sus miembros. A todos nosotros nos gusta comer y nos gusta el fútbol.
La principal diferencia (a parte de la política, la religión, el tema de la seguridad y nuestra situación geográfica) reside en sus tamaños. Tanto en los viajes de trabajo como en los privados, uno recorre kilómetros y kilómetros, pasando por campos y pueblos, sin llegar al destino. Esta sensación de un país tan grande de costa a costa es una sensación muy especial para el israelí medio.
España para mí ha sido un proceso de enamoramiento lento: no es ese país que te corta la respiración como Italia; sus calles no son una fiesta continuada como las calles africanas, la comida no es siempre de gourmet francés y las ciudades no impresionan como Nueva York. Pero España es un país que como israelí te hace sentir como en tu casa aunque estés lejos de ella. Las caras que ves cada día podrían ser las mismas que en Tel Aviv o Haifa. Hay una combinación especial entre Europa y el Mediterráneo, entre Occidente y el continente africano.
Permitidme aprovechar esta ocasión para brindar por las relaciones entre estos dos países, diferentes pero cercanos, que son España e Israel.
Hamutal Rogel
Portavoz de la Embajada de Israel en España
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