El pasado 24 de mayo, el Día de Jerusalén, y durante toda la semana, celebramos el 50º Aniversario de la Reunificación de Jerusalén, la capital eterna del estado de Israel y la ciudad más grande e importante del país. La gente inundó las calles de la Ciudad Vieja para acudir a espectáculos musicales, de danza, de luces, bailes, proyecciones y marchas con banderas, que se llevaron a cabo con motivo de este gran acontecimiento. Quien mire todo esto desde lejos, carente de un claro conocimiento de la historia de esta ciudad tan especial, probablemente tendrá dificultades para entender a qué se debe toda esta alegría y celebración; probablemente también porque no existe ninguna otra ciudad en el mundo que hoy en día celebre su reunificación.
El pueblo judío ha llevado consigo, durante más de 2.000 años de diáspora, la esperanza y el anhelo de regresar a la ciudad de Jerusalén y de renovar la vida judía entre sus antiguos muros. La ciudad santa ha sido a lo largo de las generaciones el pilar fundamental de la existencia del pueblo judío mismo y en ella permaneció en mayor o menor medida siempre la presencia judía, incluso bajo la ocupación de regímenes foráneos. Así la llama de la vida judía se mantuvo encendida a través de la historia como símbolo de la determinación del pueblo judío en la diáspora de regresar a su patria.
Las huellas de la vida judía en Jerusalén perduran en los libros sagrados y, entre ellos, en la Biblia hebrea (Torá), donde se menciona Jerusalén directamente o con sinónimos en más de 600 ocasiones. Además, los testimonios históricos de la vida judía en la ciudad datan de la época del Primer Templo a inicios del I milenio a.C. En la antigüedad, Jerusalén constituyó un objetivo para los reinos de la zona y, tras la conquista de la ciudad por parte del Rey David (en torno al 1.004 a.C.), que la convirtió en la capital de su reino, tuvieron lugar sucesivas conquistas por parte de Nabucodonosor (586 a.C.), Alejandro Magno (332 a.C.), Pompeyo (64 a.C.) y posteriormente Tito (70 a.C.). Durante la Edad Media, Jerusalén continuó sometida a conflictos bélicos y conquistas: formó parte del Imperio Bizantino hasta la conquista árabe, que la ocupó e incorporó a los dominios de los califas musulmanes. Y, tras la conquista de los turcos selyúcidas (siglo XI), Jerusalén fue conquistada y reconquistada tanto por los cruzados cristianos como por los mamelucos de Saladino (siglo XVI). La posterior dominación otomana finalizó cuando la zona fue traspasada al Mandato Británico en 1917.
En 1947 de acuerdo al Plan de Partición de las Naciones Unidas, Jerusalén quedó bajo control internacional. En 1948 a la salida de los británicos empezó la Guerra de la Independencia de Israel. Los jordanos ocuparon la parte oriental de Jerusalén, al mismo tiempo que la entrada a toda la ciudad, occidental y oriental, fue sometida a un bloqueo por parte de los árabes. La guerra finalizó con el desbloqueo de la ciudad y el control del lado occidental por parte de Israel. Así, hasta 1967 Jerusalén quedó repartida entre la parte oriental bajo control jordano y la parte occidental bajo control israelí. Fue entonces, en la Guerra de los Seis Días de 1967 cuando las Fuerzas de Defensa de Israel lograron la liberación y reunificación de Jerusalén. De este modo, la historia de la vida judía a través de 3000 años llegó a su culminación en la ciudad reunificada, en el Monte de los Olivos, en las calles de la Ciudad Vieja y en el Muro de los Lamentos.
Por otra parte, Jerusalén ha tenido un lugar de honor, no sólo en la historia, sino también dentro de la tradición judía, su simbolismo sagrado ha acompañado al pueblo judío a través de todas las generaciones y de todas las diásporas y, por ello, todas las sinagogas a lo largo y ancho del mundo están orientadas hacia Jerusalén. Su significado santo está contenido tanto en los libros de rezos como en la literatura laica, tal es el caso del ilustre filósofo, médico y también poeta, nacido en Tudela, Yehudá Ha-Levi*, que durante la edad media escribió estos versos acerca de su añoranza de Jerusalén: “Mi corazón está en Oriente, y yo en los confines de Occidente”. Otro ejemplo de esta especial vinculación son las palabras del Salmo que todo hombre judío declara a su esposa durante la ceremonia nupcial y que rezan así: “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría”. A la vez que generación tras generación los niños judíos han escuchado en sus hogares contar a sus mayores las historias sobre este glorioso lugar.
La capitalidad de Israel en la Jerusalén reunificada es un hecho para la mayor parte de los judíos del mundo y el estado de Israel, precisamente por respetar su santidad, protege la libertad de religión y de culto de cualquier persona, sea judía, cristiana o musulmana, y protege y facilita a todos el poder cumplir con sus ceremonias religiosas en Jerusalén, la ciudad santa, donde se concentran lugares extraordinariamente importantes: el Santo Sepulcro y la Vía Dolorosa confluyen con el Duomo de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa y, entre ellos, se halla el Kotel (Muro de los Lamentos), el lugar más elevado para el judaísmo al ser un recuerdo del Templo de Jerusalén.
Así, la libertad de culto y de religión se ha convertido, no en una posibilidad, sino en una realidad, algo que las piedras del Muro de los Lamentos no han conocido durante miles de años. Y, a pesar de que la relación histórica que mantiene el pueblo judío con Jerusalén no ha cambiado el hecho de que, políticamente, la soberanía de Jerusalén sigue siendo objeto de controversia, bien es cierto que, a la luz de los datos históricos, las consideraciones políticas al respecto pasan a un segundo término. Y, también lo es que, del mismo modo que la creación del estado de Israel en 1948 resolvió la cuestión sobre el hogar para la nación judía, la reunificación de Jerusalén bajo soberanía israelí en 1967 supuso la realización de un sueño largamente perseguido, y puso fin a la diáspora espiritual del pueblo judío y a su separación de uno de los mayores y más sagrados de los tesoros de su religión.
¡Feliz 50 Aniversario de la Jerusalén reunificada!
Itzhak Erez
Ministro Consejero
Cónsul de Israel en España
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