Casi todo lo acontecido en Oriente Medio, sobre todo en los últimos cien años, ofrece normalmente tragedias, sangre y dolor. Es cierto, pero la región es también una fuente inagotable de hechos fascinantes que trascienden en la historia universal de los hombres. Un ejemplo de ello, muy desconocido para el público en general, son los samaritanos.
Los samaritanos son los descendientes del Reino del Norte, también conocido como Reino de Israel, que fue arrasado por los asirios aproximadamente en el año 720 aC. Según arqueólogos como Israel Finkelstein y Neil Silberman, el Reino del Norte fue más grande y apoteósico que el de Judea, al contrario de lo que describe la Biblia. La población del Reino del Norte fue acogida, no sin reticencias, entre los habitantes del de Judea. Pero cuando los babilonios destruyeron Jerusalén y muchos judíos fueron capturados y llevados a lo que hoy es Irak –y allí regresarían después de que los romanos emularan a Nabucodonosor en el 70 dC–, los samaritanos, inalteradamente, permanecieron en la que era su tierra, y así han hecho hasta el día de hoy.
Cuando Esdras y Nehemías, los primeros en introducir reformas religiosas para los israelitas, vuelven a su devastado reino bajo los auspicios del rey persa Ciro, que derrotó a los babilonios, dejan claro a los samaritanos, fieles seguidores de su credo, su rechazo. La principal diferencia entonces entre judíos y samaritanos residía en el monte divino en donde rendir culto al Dios de Israel. Los judíos rinden culto en el Monte Moriá, donde están el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas, y los samaritanos en el Monte Garizim, situado en Nablus, hoy ciudad palestina y antiguamente la capital del Reino del Norte: Siquem.
Probablemente, al dividirse los reinos, los sacerdotes del Norte, al no tener un monte en donde orar, decidieron introducir cambios en las escrituras –los samaritanos tienen una Biblia diferente a la de los judíos, y además están escritas en hebreo antiguo, diferente del actual– y señalar al Garizim como el nuevo monte sagrado.
Después de que el líder de los fariseos, el rabí Yojanán ben Zakai, reformara la religión al completo en Yavne, los samaritanos siguieron el sistema sacerdotal de la religión primigenia de los israelitas y quedaron aislados de los acontecimientos posteriores en el pueblo judío. Ésta es pues la otra gran diferencia actual entre samaritanos y judíos; los primeros nunca abrazaron ninguna reforma, y mucho menos el judaísmo rabínico. Los samaritanos siguen celebrando sacrificios de animales en su monte sagrado, y los judíos de hoy día tienen rabinos que estudian y debaten sobre lo que dijeron otros rabinos. Los samaritanos son estáticos, alérgicos a cualquier cambio; el judaísmo rabínico es, en cambio, dinámico y se adapta a los tiempos –o al menos lo hacía hasta principios del siglo XX–.
Los samaritanos son uno de los pueblos más antiguos de la Tierra, y actualmente están en riesgo de extinción. Benjamín de Tudela, tras sus viajes por Tierra Santa, dijo que había alrededor de 1.900 entre Palestina y Siria. Hoy son menos de 1.000 (751, según el censo elaborado en 2012), y al no haberse apenas mezclado entre más de cinco o seis familias han heredado muchos desórdenes y enfermedades genéticas, por eso todos sus matrimonios deben estar aprobados por el Ministerio de Sanidad de Israel, después de un examen genético de los proponentes. Recientemente, para evitar la extinción y las enfermedades, los samaritanos han aceptado que los varones puedan desposar a mujeres judías, siempre y cuando éstas acepten seguir la fe samaritana.